sábado, 2 de junio de 2012

La Universidad, una exigencia

En estos tiempos, en los que desacreditar el trabajo universitario parece que se ha convertido en deporte nacional, conviene recordar que, desde que se fundaron las primeras, la función de la universidad se resume en tres puntos básicos: hacer hombres cultos, dentro del viejo ideal renacentista e ilustrado; conseguir profesionales eficientes para ponerlos al servicio de la sociedad; y fomentar y profundizar en la investigación y, por tanto, en el avance del saber y del bienestar social. Por eso en la universidad se educa y se transmite el conocimiento a quienes, habitualmente, educarán, investigarán, dirigirán y se harán responsables de una sociedad esencialmente democrática que procura la mejora social de todos. Supone eso un cierto matiz selectivo, que en ningún caso puede ser elitismo social y económico, sino de formación, para lograr educar a los que deben ser los mejores al servicio de la sociedad, los que deben defender que en la sociedad debe primar la igualdad y no la selección de clase.

Precisamente por eso la enseñanza, que es un derecho inalienable e igualitario, debe fomentar la calidad, la originalidad y la excelencia en el saber. Educar en la universidad no puede ser atiborrar a los estudiantes de conocimientos y datos estancos, debe provocar la apertura intelectual, el afán de conocer por sí mismo, la posibilidad de profundizar individual y colectivamente en la ciencia, y para ello la universidad debe ser un reducto de libertad intelectual, en el que todas la teorías, ideas y concepciones puedan ser estudiadas y analizadas sin cortapisas. Y el estado y la sociedad deben favorecer un clima idóneo para que el conocimiento y la ciencia prosperen en su universidad y poner las bases para que haya una verdadera igualdad de oportunidades, para todos, sin exclusiones, en la formación científica y profesional. La enseñanza pública debe ofrecer una primera oportunidad a todos y eso no se logra con una subida de tasas y matrículas, antes al contrario, con el encarecimiento de la primera matrícula se niega a los más débiles económicamente su derecho a la formación. Posteriormente, a los que no aprovechen la oportunidad que la sociedad les ofrece, se les podrá "sancionar" con mayores exigencias en segunda y sucesivas matrículas, pero nunca negarles el derecho a ingresar en la universidad pública por cuestiones económicas.

Este, y no otro, es el fundamento de la protesta que en estos días se vive en la universidad. Se lucha por lograr que la universidad siga siendo un lugar para el estudio y la investigación, un lugar que forme a servidores de la sociedad y un lugar donde todos, sin excepciones, puedan tener su oportunidad de cumplir con un sueño, de desarrollar su vocación y formarse para luchar por el progreso y el bienestar social. No es la queja de unos privilegiados que quieren mantenerse en una jaula de cristal, es la lucha de quienes no quieren que haya jaulas ni de cristal, ni de ningún otro material.
Publicado en Diario de Cádiz, 2 de junio de 2012.

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