miércoles, 13 de septiembre de 2017

Teoría del botellón

Este artículo se publicó en la sección Tribuna del Grupo Joly en el julio del 2004. Como se vuelve a hablar del botellón y el Ayuntamiento ha convocado un proceso participativo sobre el botellódromo, lo publico aquí por si le interesa a alguien.

Aviso que los datos y precios no los he actualizado, siguen siendo los de 2004. 
                                
Teoría del botellón

Periódicamente el botellón, y toda la problemática social que le acompaña, resurge en los medios de comunicación que reflejan el desasosiego de quienes lo padecen. El botellón -que podría definirse como una reunión de jóvenes en lugares públicos para consumir bebidas, previamente compradas en almacenes, escuchar música y hablar- se ha convertido en una costumbre y en un problema social. Por ello, y por lo que supone de una nueva expresión de sociabilidad informal, ya ha sido objeto de análisis de sociólogos, antropólogos y otros investigadores sociales. Trabajos como el de Baigorri y Fernández, o el muy reciente e inédito de Diego Farnié, de Paris III, han intentado una explicación del fenómeno que tanto preocupa a las autoridades y a las comunidades de vecinos que lo sufren.

Aunque hay varias hipótesis sobre su origen –hay quien lo relaciona con la movida madrileña de los ochenta, olvidando que la movida tenía como escenario locales cerrados-, se apunta que el botellón pudo surgir en Cáceres a principios de los noventa, cuando el ayuntamiento impuso un horario de cierre para los bares donde los fines de semana se reunían los jóvenes. Tras la “guerra de los horarios”, los jóvenes optaron por ocupar plazas públicas para continuar tomando copas, charlando y escuchando música. A partir de aquí, y sin que pretendamos certificar el nacimiento del botellón, lo cierto es que a mediados de los noventa era un fenómeno extendido por España.

Las características básicas del botellón son comunes en todas partes: jóvenes de entre 16 y 30 años que acuden, en cualquier época del año, a un lugar abierto de fácil accesibilidad mediante transportes públicos y privados, donde consumen bebidas alcohólicas compradas previamente en grandes superficies o en pequeños locales cercanos a la zona de consumo, escuchan música y charlan con sus amigos.

El botellón causa problemas sociales, entre los hay que destacar el derivado del consumo imprudente y excesivo de alcohol por unos consumidores que no se pueden considerar habituales –la mayoría de los botelloneros sólo bebe las noches de botellón- y que después recurren al coche o a la moto para regresar a sus casas; y el que padecen los vecinos que viven en las zonas de botellón, que, además de no poder descansar, se encuentran al día siguiente calles, plazas, fachadas y portales de sus viviendas, sucias.

Pero también hay que recordar que tras el botellón se encuentran intereses económicos que no son, casi nunca, como equivocadamente se ha señalado, el de los hosteleros de las zonas escogidas por los jóvenes, que ya quisieran que las consumiciones se realizaran en sus locales. Mayores beneficios encuentran en el botellón las grandes marcas de bebidas alcohólicas que venden sus productos se consuman donde se consuman, y que incluso han tratado de adaptarse a los nuevos consumidores creando bebidas envasadas con la mezcla ya realizada, y de sabores más dulces. Como también se benefician los pequeños comercios que venden las botellas, los vasos de plástico y el hielo para las mezclas –algún pequeño comercio hay que abre a partir de las diez de la noche los fines de semana.

Es casi una pescadilla que se muerde la cola. El estudio de Baigorri y Fernández estima que los botelloneros cuentan con una media de 3.60€ por noche, lo que les impide acudir a un local de moda a tomar unas copas: un combinado de cola en una terraza de la plaza de Santa Ana en Madrid cuesta 6,5€, y el mismo combinado en un chiringuito de la playa en Cádiz 4,5€. Pero tampoco se puede acusar a los hosteleros de provocar el problema: los locales nocturnos tienen un horario muy corto de comercio –y no se olvide que los jóvenes salen cada vez más tarde- tienen un gran coste de instalaciones, y, además, están gravados fiscal y municipalmente con tasas muy altas, por lo que no todo lo que se cobra por una copa es beneficio exclusivo para el hostelero.

Pero hay un elemento más que no se debe olvidar: el botellón supone también la conquista de un espacio propio por los jóvenes que lo practican, un espacio donde desarrollar una nueva forma de sociabilidad, acorde a unos gustos independientes y libres. En una sociedad donde cada vez es más difícil lograr la independencia económica y familiar, el botellón supone la creación de un escenario personal de relación social, un escenario sin trabas ni encorsetamientos, donde unas mínimas normas de convivencia se establecen espontánea y libremente por el grupo: cada botellonero sabe que de tal a cual hora puede encontrar a sus amigos en el lugar convenido, que debe aportar una cantidad para las copas, y poco más. Y un espacio donde la comunicación grupal es fundamental, donde la conversación distendida es el eje de la reunión –en la mayoría de los locales nocturnos el volumen de la música impide una conversación en grupo. Este elemento, el de la conquista temporal de un espacio propio, adaptado a sus gustos e intereses, es el que hace del botellón un fenómeno nómada, adaptable a las estaciones, y lo convierte en un fenómeno complejo de difícil solución.

Sin pretender darla, si nos atrevemos a afirmar que las “movidas alternativas” no resuelven el problema principal, el de propiciar un espacio propio y libre a los jóvenes, pues con ellas parece que se trata de reconducirlos a lugares señalados y acotados. Hay que proporcionar espacios libres que no causen molestias a los vecinos que buscan un merecido descanso. Hay que educar a los jóvenes tanto en unas normas de convivencia elementales, como en el consumo responsable. Y hay que proporcionar transportes públicos para evitar que tras el botellón se recurra a los vehículos particulares para regresar a casa. Soluciones difíciles a las que hay que echarle imaginación y ganas.
                             

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